miércoles, febrero 06, 2008

Señales

Nunca creí en las señales, ni me fijé en ellas, hasta tenerlas escritas delante de mí con letras grandes y claras hechas con hilo de nubes blancas sobre pizarra negra. Hay algunas que me sobrecogen, como nacer en el Barrio de la Concepción y que este disco tan querido que estamos haciendo nazca, casualmente, también ahí -¡total no es grande Madrid y no tiene estudios para aburrir!-. Por no hablar de aquella historia tan extraña, tóxica y apasionada que tuve com M. Ron que también transcurrió allí en parte (su madre vive justo al lado del estudio). Me encuentro actualmente en un momento pletórico de señales -del pasado, presente y futuro- que ejemplifica muy bien la carta del Tarot llamada "La estrella" (abajo) en la que una joven desnuda, de larga cabellera, arrodillada en la orilla de una vertiente de agua que simboliza el fluir de la vida vuelca el contenido de dos vasijas rojas que vienen a representar, una, la búsqueda interior, los sentimientos y la imaginación y, la otra, la razón, la conciencia y la actividad, y todo ello se une en la corriente de agua donde ambos fluidos son de color azul; el pasado en el presente y en el futuro. Y yo no pienso desperdiciar ni una sola gota de esas tres dimensiones, quiero fusionarlas y fluidificarlas a las tres.

El otro día me escribió un chico de San Sebastián que había dado conmigo a través de otra búsqueda -la de Sebastián Durán Limas- y me recordó que una noche, después de algunas copas en el "Bowie", nos fuimos juntos en su coche al Peine de los Vientos y echamos un kiki allí contra la fría piedra. No me acordaba de él, pero sí de las referencias que me daba. Fue educado y amable así que no me importó que se dirigiera a mí en esos términos; visita del pasado en el presente (y esas cosas me interesan).

Esta mañana me dirigía a una clase de guitarra que había anulado previamente creyendo que habría trabajo y desanulé luego al saber que el estudio se tomaba un descanso. He tomado un taxi y, a las dos calles, he descubierto que no llevaba un chavo; el taxista me dice que no me preocupe porque lleva tarjetero pero, al llegar al destino, la tarjeta no pasa; no pasa, no pasa y no pasa (pese a que había funcionado perfectamente el día anterior).

- ¿Qué hacemos?

El señor me anota su teléfono y me pide que le llame al terminar para que me lleve a casa y coja la pasta.

Como es normal, tampoco llevo parné para pagar a Ferrari, mi profe. La clase discurre soleada y apacible; debo estar hacia la mitad de mi ciclo -i.e., ovulando- y cualquier cosa con pantalones bien puestos me coloca en un estado un tanto embarazoso, así que, cuando él se aproxima, me coge la mano para enseñarme cómo ponerla mejor o dice mi nombre de determinada manera, el rubor invade mi piel y soy bastante feliz!, si no fuera porque los dos estamos felizmente emparejados. He dicho "cualquier cosa con los pantalones bien puestos", pero la verdad es que tengo la suerte, o la cruz, de estar siempre rodeada de hombres de impresión; quizá si hubiera más chicas por ahí tontearía más con ellas y me olvidaría de tanta irresistible testosterona!

Además, no he comentado aún que hoy me he puesto, con prisas, sin darme cuenta, unas de esas bragas que de repente tienen el elástico flojo y se me van bajando conforme camino o incluso sin hacer nada (y llevo falda); ¿más señales?

Salgo de la clase y llamo al taxista como hemos acordado, y el buen hombre me contesta que está por la Avda. de América y le viene mal venir, así que me regala la carrera aunque sólo sea "por el detalle", porque el 88´8% de sus clientes no hubieran llamado ni de coña.

¿Mi interpretación y enseñanza de lo ocurrido?

Que a veces uno no puede ni debe controlarlo todo y ha de dejarse caer también, un poco, en los demás.

Y ahora mismo me cambio de bragas; ¿o no? Porque la verdad es que me siento muy "indie" con ellas cadera abajo y la falda, que se me ha quedado algo grande, también.

¡Besos!

Alicia XX