domingo, febrero 10, 2008

Hare Krishna, Hare Krishna, Krishna Krishna, Hare Hare...

Ni a Pejo ni a mí se nos hubiera ocurrido visitar una comunidad Hare Krishna en nuestra pxxx vida, probablemente, pero como la idea se le ocurrió a un buen amigo, que lo propuso, y otra buena amiga se mostró muy interesada pues decía que era algo difícil de ver, allá que nos fuimos esta mañana (temprano para nosotros, mostruos del culo gordo). Está en un pueblo de Guadalajara llamado Brihuega. El paisaje desde la autopista, dejando Madrid, es para mí tirando a horroroso, pero eso es porque en el fondo soy una pija irredenta en quien se ha reencarnado alguna elevada dama inglesa que se protege del sol con sombrilla de encaje y abundantes polvos de arroz (lleva también vaporoso vestido blanco plagado de encajes, a juego con la sombrilla, broches historiados y merceditas escotadas de medio tacón con medias blancas como una colcha de época).

El pueblo es un pueblo normal, con sus cosas aquí y allá, y un sol deslumbrante y ardiente nos pega de lleno. Hay un rastrillo básicamente horroroso -¡perdón!-en el que sin embargo encuentras algo al final y abundante fruta y verdura. Tras unas cañas que pongan un poco a tono a estos cuatro grandes pecadores occidentales nos dirigimos al asentamiento?-comuna?-comunidad? -táchese lo que no proceda- y vemos que el sitio es bonito; una especie de palacete, un templo, un jardín, una vaquería, y otras cosas que no pongo por dos razones:

1.- Porque no puede una acordarse de todo.
2.- Porque tampoco hay por qué decirlo todo, ¿no?

El caso es que, según llegamos, nos encontramos de repente sin nuestros zapatos, en el templo, cantando y tocando unos maravillosos gadgets de percusión que tienen por ahí al alcance de todos y hasta postrándonos alguna vez -esta es la parte que menos me gusta a mí; ¡¡dios mío, postrarme yo!! (voy a llamar al psicólogo de la SGAE ahora mismo).

Después de una prolongada sesión de cante-oración-baile, lxs chicxs nos invitan a comer, al sol, y la verdad es que estaba todo muy bueno. Son todos muy amables y hasta nos confeccionan y colocan unos llamativos y fragantes collares de flores. Hay preciosxs niñas y niños alrededor y también una perra muy filosófica llamada "Canela".

El rato en la vaquería merece una sección aparte que añadiré cuando esté menos cansada.

Toda una experiencia, vaya, y toda una lucha contra mis más acendrados prejuicios!!

Hare,

Alicia XX