viernes, octubre 06, 2006

Poesía muy fina, poesía muy salá, poesía muy, pero que muy buena

CONJURO CONTRA EL MAL DE LAS PROFUNDIDADES

Yo quería viajar en su mirada
-él, mientras tanto, había contratado
un viaje organizado por mis arrecifes.
Quería sumergirme en el misterio
de sus aguas profundas
-él había alquilado, por tiempo indefinido,
un fueraborda que alcanzaba
la costa en tres caricias.
Quise cazar su espíritu
por las sendas salvajes de su boca
-me ofreció una biznaga y unas horas
en un hotel de tres estrellas.
Bien entrada la noche, me di cuenta
que bajo la almohada escondía
el último estribillo del verano.
Yo no tenía bolsa ni maleta,
no me costó despedirme. De vuelta
a casa le envié, sin remitente,
una vista parcial de mis encantos.

Ya nunca viajo en carne ajena,
los caminos que exploro son de tierra,
de agua los océanos que surco,
ciertos los bosques que atravieso.
Cuando de amor se trata, me basta con algunas
excursiones sencillas, sin riesgo aunque perversas,
me mantienen en forma, no malgastan
las fuerzas que reservo a los abismos.

Al fin y al cabo un hombre
es un poco de arena entre los dientes,
en el mejor de los casos, a veces,
una mota de polvo en una lágrima.


CHANTAL MAILLARD

Bruselas, 1951. De padres belgas, permaneció en Bélgica hasta los 13 años. A los 17 adquirió la nacionalidad española. Ha vivido un año en Benarés (La India), en cuya universidad se especializó en filosofía y religión indias. De su estancia allí, y de su interés por integrar las distintas vertientes de la experiencia humana, fueron fruto el libro de poemas “La otra orilla” (1990). Es doctora en Filosofía Pura y profesora titular de Estética y Teoría de las Artes en el Departamento de Filosofía de la Universidad de Málaga, en la que imparte enseñanza desde 1990. Como ensayista ha publicado “El monte Lu en lluvia y niebla” , “María Zambrano y lo divino” (1990), “ La creación por la metáfora. Introducción a la razón poética” (1992), “ El crimen perfecto. Aproximación a la estética india” (1993), “ La sabiduría como estética. China: Confucianismo, budismo Y taoísmo” (1995), “La razón estética” (1998), “Rasa. Teoría del placer estética” (1999) y “ Diario de Benarés” (2001). Como poeta ha publicado “Hainuwelle” (Premio Ricardo Molina, 1990), “ Poemas a mi muerte” (Premio Santa Cruz de la Palma, 1993) y “Jaisalmer” (1996). Colabora, desde 1998, con críticas de filosofía, estética y pensamiento oriental en el Suplemento Cultural del Abc. Recibió en 1987 el Premio Leonor de poesía por el libro “Semillas para un cuerpo”, escrito conjuntamente con Jesús Aguado. Premio Nacional de Poesía 2004 por su libro “Matar a Platón” . Este libro es quizás el más claro exponente de su poesía introspectiva e interrogante. Un poemario que intenta desvelar la inconsistencia de algunas ideas heredadas a modo de juego de espejos y miradas donde la muerte es un “no acontecimiento” descarnado y casi aséptico.

Las entrevistas tienen un único protagonista: la/el entrevistada/o. En no pocas ocasiones, sin embargo, quien pregunta sucumbe a la tentación de pavonearse buscando su propio lucimiento al punto de invertir el centro de interés. No es mi estrategia ni mi intención. Cedo, pues, la palabra a quien verdaderamente nos interesa: Chantal Maillard.

P.- Algunos fragmentos de su obra me producen una sensación inquietante: la muerte como punto final y más allá la nada, la muerte como tránsito hacia otra muerte, o quizás hacia otra vida… ¿La muerte como metáfora sería la argamasa que ensambla las palabras dichas y escritas con las que preferiría no pronunciar?

R.- Desgraciadamente la muerte no es ninguna metáfora. En la primera infancia, simplemente no existe; de niños, ocurra lo que ocurra, somos inmortales. Más adelante, nos permitimos jugar con la palabra: le ponemos mayúscula y la utilizamos en los poemas. Queda bien. Los grandes conceptos son a la literatura lo que la sal a la comida: la hacen más comestible. Se dice Amor, Dios, Muerte, y parece que se ha dicho algo importante... Pero la muerte literaria no es la muerte. De ésta nada puede decirse, nada. Tan sólo el asombro, y la angustia. Porque, en realidad, la muerte no existe, lo que existe son los muertos o, mejor dicho, las ausencias. Lo que existe es el dolor de la desaparición de unos y la anticipación de la nuestra propia. Y el vértigo. Y la náusea.

P.- Ha escrito: “Hay que escribir para perdonar y ser perdonada”. ¿Cómo y por qué se retroalimentan la escritura y el perdón? ¿Cómo comunicarse con los muertos si no es mediante la palabra más íntima, la que se dice a solas, la palabra escrita desde sí y para sí? ¿Qué ve y qué desearía ver cuando una mirada ajena le devuelve su imagen?

R.- La mirada ajena, generalmente, me produce malestar, incluso miedo. A la de los seres humanos me refiero, la de los animales es inocente. Y es que miramos juzgando. Cuando era niña acostumbraba a quedarme mirando a las personas, en los tranvías por ejemplo; no miraba exactamente, sino que participaba de aquello que miraba. Me introducía en quienes tenía delante, vivía en ellos. Sin ser consciente de ello, por supuesto, simplemente me ausentaba de mí. Era una mirada inocente. Una mirada sin sujeto y sin objeto. Casi no era mirada. El juicio, en cambio, es el principio de las diferencias. La mirada que enjuicia compara, elabora, crea al otro. No me gusta sentirme otra: el otro siempre está solo.

P.- En su extenso ¿poema? "Escribir", incluido en "Matar a Platón" -obra que le ha valido el Premio Nacional de Poesía- dice: “escribir/para confundir las palabras/ y que las cosas aparezcan”. ¿Nos regalaría otra manera de expresar este mismo concepto?

R.- En los conceptos las cosas están congeladas. No las vemos, las reconocemos. Por eso es preciso eliminar las palabras en algún momento, emborronarlas para así poder ver las cosas de nuevo. Por supuesto, habremos de volver a nombrarlas: sólo limitando una parte de la totalidad puede algo aparecer como algo, pero al menos habremos tenido la ocasión de tomarnos ese trabajo.

P.- ¿A que huele Benarés? ¿Y Málaga? ¿Recuerda los aromas de Bruselas?

R.- Sí, cada lugar tiene sus olores. La memoria olfativa es la más fuerte, según creo. Benarés huele a innumerables cosas: a zotal, a petróleo, a boñiga, a aguas residuales, a cielo húmedo, a pétalos de flores de caléndula, a betel, a incienso, a té con leche, a especias... todo esto se mezcla dando como resultado un olor muy especial. Bharata, autor del primer tratado de dramaturgia, decía que la emoción estética (el rasa) era el resultado de la sabia mezcla de los elementos propios de la representación, de la misma manera que los condimentos, bien administrados, daban como resultado un sabor especial, distinto de cualquiera de ellos. Algo así pasa con los olores en una ciudad. El resultado no es ninguno de ellos en particular. Por eso es difícil decir que Benarés huela a algo; es más fácil decir (y lo digo muy a menudo) que esto o aquello huele a Benarés. Lo mismo pasa con otros lugares. Málaga huele a Málaga: humedad mediterránea mezclada con jazmín, hierbabuena, dama de noche, tomillo, romero, madreselva... un extraño dulzor que se va perdiendo con los años a medida que van destruyendo los antiguos jardines. Bruselas... hace poco fui a recuperar sus olores olfateando sus calles como un perrito perdido. Los encontré, por supuesto.

P.- Ha expresado: “No creo en la poesía como literatura, ni creo en la literatura. Creo que hay formas de expresión que nos permiten conectar con el interior más profundo de nuestro ser, comunicar aquello que no se comunica fácilmente, la interioridad y las emociones, y que para eso ayuda la musicalidad de la poesía”. Esa “forma de expresión” que contacta con lo más hondo de nuestra esencia… ¿No es aquello que tradicionalmente la cultura ha denominado “Arte” y, en este caso en particular, “Literatura”?

R.- Creo que no. Verá, lo que llamamos Arte y Literatura tiene una historia muy reciente, poco más de dos siglos apenas y tiene que ver con la aparición de una forma de apreciación que se ha denominado “gusto estético”. Esto se generó al tiempo que la sociedad burguesa y los museos. Es un gran error creer que el Arte con mayúscula es algo que ha existido siempre. Lo que había, anteriormente a esto, eran oficios y personas que sabían hacer cosas con un determinado fin. La poesía, en sus inicios era un arte mnemotécnico, servía para recordar, cuando la tradición se perpetuaba oralmente.

Por otra parte, la “interioridad” tampoco es un concepto que haya existido siempre; nació con el individualismo. En una sociedad en la que todos hacen lo mismo y en la que los sentimientos son similares porque corresponden a experiencias semejantes, en sociedades cuyos miembros se diferencian poco, ¿podría acaso hablarse de interioridad? La interioridad requiere el concepto de diferencia y esto también es algo que tiene una historia.

Lo que ocurre es que todavía vivimos de los rescoldos del romanticismo. El planteamiento de su pregunta es buena muestra de ello.

P.- ¿Esta entrevista está aconteciendo, o, como escribe en "Matar a Platón" –cito de memoria, me disculpo - “un acontecimiento es un aroma a la espera de que alguien lo perciba?”

R.- Muy sagaz. Ciertamente acontece ahora para mí. Y ciertamente la conciencia que traza el bucle en este instante dándose cuenta de ello está inducida por su pregunta. El acontecimiento tiene lugar en este instante, para mí, y tal vez en aquel otro en que Ud. lea mi respuesta y tal vez en el instante en que alguien llegue a ambas, no lo sé. El acontecimiento se da siempre y cuando haya alguien lo suficientemente alerta como para que una pequeña nada le importe y haga impacto.

P.- En "La razón estética" nos dice: “El arte, en su sentido tradicional, nunca ha pretendido ser arte. Tampoco lo ha sido. Pero lo que eran saberes de identificación de un pueblo han sido sometidos por Occidente a la ley de la distancia estética”. ¿Matizaría hoy y ahora este concepto o se reafirma en su vigencia?

R.- No recordaba haber escrito esto cuando hablaba antes del Arte. Hoy no solamente afirmaría lo mismo sino que sería bastante más contundente.

P.- ¿Está escuchando música en este momento? ¿Podría saber cuál es? De ser una partitura interior, inherente… ¿Cómo la describiría?

R.- Somos música. Y nos interpretamos continuamente. Esto es algo que me parece cada vez más evidente. Por eso lo tengo cada vez más difícil para escuchar música exterior; la música (o el ruido) que se hace fuera perturba generalmente la mía.

P.- En sus palabras: «Me muevo en el ámbito de la prosa poética, pero que sean los críticos quienes clasifiquen mi trabajo; a mí me resulta imposible». ¿Cómo no lo clasificaría?

R.- No es literatura. Ya no lo es.

P.- ¿A qué propuesta respondería sin pensárselo dos veces?

R.- Volver a la inocencia. Antes del primer error.

P.- "En este país, y no sé si en los demás, está muy generalizado que los premios estén dados de antemano. Parece que un premio, en general, no es ningún premio sino una cuestión política", ha declarado a la prensa. ¿Cuál sería el auténtico premio que desearía –o no– recibir?

R.- No creo merecer ningún premio. Por otra parte, entiendo que los premios forman parte de un sistema basado en la competitividad y que, por tanto, alimenta la envidia, la frustración, etc. En la antigua China se procuraba no destacar para no promover discordias. Se entendía que el orden del Estado dependía de ello. Pero ¿cómo sostener un sistema de consumo alentando valores que no sean agresivos?

Lo que importa es que quienes han logrado vislumbrar algo que pueda servirles a otros para sobrellevar su existencia puedan ser escuchados. No creo que sea mi caso, y no sé si los premios son el mejor camino para que esto se dé.

P.- ¿Sueña cuando duerme, sueña despierta, no sueña?

R.- Como todo el mundo, me paso media vida soñando mientras duermo. Soy consciente de mis sueños cuando quiero y le aseguro que prefiero vivir en ellos. Es más fácil controlar los sueños que la propia vida. No obstante, ambos ámbitos de la conciencia se influyen mutuamente en lo que a la vida anímica se refiere. Lo que ocurre es que mi conciencia diurna torpedea cada día lo que mi conciencia onírica construye. Así que soy como Penélope en la inversión de los tiempos: tejiéndome de noche y destejiéndome de día.

P.- ¿Es factible “hacer filosofía” en estos tiempos? ¿Cuáles son las incógnitas primordiales, esa mirada sobre el mundo que como filósofa profundiza o desearía profundizar?

R.- La filosofía es una actitud pero también es un trabajo, un esforzado trabajo de la razón que trata de encadenar los juicios desde unas premisas para llegar unas conclusiones. Suele creerse que dichas conclusiones dicen algo acerca del mundo, pero sólo dicen algo acerca del marco de la ventana por la que se mira o, mejor aún, dicen algo acerca de la capacidad de trazar esos marcos.
Hacer filosofía, en estos días, desde mi punto de vista, es responder a la tarea de observar y entender esa labor de carpintería. La mente es la cuestión. Aquello a lo que llamamos mente. Lo ha sido siempre, por otra parte, salvo para el realismo ingenuo.

P.- ¿Alguna o algunas de mis preguntas le han resultado particularmente gratas o antipáticas?

R.- Creo que son buenas preguntas.

P.- Por favor, dé por finalizada esta entrevista como Ud. desee.

Chantal Maillard prefirió el silencio para dar por finalizada esta entrevista. Así queda.

Por Susana Guzner. Escritora y psicoterapeuta argentina afincada en Las Palmas de Gran Canaria. Es autora de numerosos guiones y sketches teatrales, siempre con la mujer como protagonista y de la función de temática lésbica Detectives B.A.M. Colabora en diversos medios tradicionales y on line. Ha escrito también La insensata geometría del amor (P&J) y Punto y aparte (Editorial Egales).

La poeta CHANTAL MAILLARD y su poema "Conjuro contra el mal de las profundidades" han sido una exquisita selección de mi amiga, y ahora también colaboradora, Carmen M. Téllez. ¡¡Gracias!!